La solución a muchos problemas emocionales podría estar en la nueva dieta ‘GAPS’

Reportaje sobre la Dieta GAPS en la revista Hola Fashion

por Mariana Chacón

Reducir el riesgo de sufrir enfermedades, evitar alergias en la piel o reforzar tu sistema inmunitario, así son las dietas que triunfan en 2019

Este año, la dieta más recomendada por nutricionistas es la mediterránea, perder peso no es el único objetivo de los planes de alimentación y las recetas que te cuidan por dentro para que te veas más guapa por fuera están de moda. Y es que, la época de pasar hambre para conseguir el cuerpo ideal es cosa del pasado, el futuro se centra en ser consciente de que comer bien no solo es importante para estar sana y fuerte, sino que se refleja en la calidad del pelo, de las uñas, de la piel… en definitiva, que es sinónimo de belleza. Además de reflejarse en tu aspecto físico, preparar platos saludables también influye en tu estado mental, realidad que toma forma en la nueva GAPS, una dieta que promete equilibrar el sistema digestivo para mejorar tu estado de ánimo y que ha sido creada por la Dra. Natasha Campbell-McBride, especialista en neurología y neurocirugía.

La dieta GAPS (Gut And Psychology Syndrome), consta de 6 fases en las que el objetivo común es eliminar los cereales, el azúcar, los carbohidratos refinados y los vegetales almidonados (maíz, calabaza, patata, etc.). Según la especialista, gracias a esta criba de alimentos se evita la ‘permeabilidad intestinal aumentada’, que se caracteriza porque el tejido del sistema digestivo se debilita, lo que provoca que bacterias o químicos sean capaces de “escaparse” al corriente sanguíneo. La doctora cree que este proceso es el culpable de muchas enfermedades no solo de carácter físico, sino también mental.

La solución que propone es desterrar de tus platos aquellos alimentos perjudiciales para el sistema digestivo y cortar así el problema de raíz. A aquellas que sufran problemas como estrés, ansiedad, nerviosismo o algún otro trastorno que piensen pueda estar relacionado con su dieta, Campbell-McBride aconseja que sigan su programa durante dos años para revertir el daño digestivo por completo.

Los alimentos que sí permite este plan de alimentación son los frutos secos, verduras no almidonadas, marisco fresco, carne orgánica, huevos ecológicos, fruta, lácteos no pasteurizados, algunas judías… es decir, un régimen en el que se evita cualquier ingrediente que pueda agredir el proceso de digestión. ¿Funciona? La experta asegura que ha observado mejoras en muchos de sus pacientes, pero si quieres probarla, lo mejor es que consultes con un médico antes de animarte.

Joel Salatin, icono del nuevo paradigma agrario

Entrevista a Joel Salatin

Ima Sanchis. -La Vanguardia

Tengo 62 años. Nací en Ohio, pero vivo en la granja familiar Polyface, en el valle Shenandoah, en Virginia, desde los 4 años. Me licencié en Literatura Inglesa. Estoy casado, tengo dos hijos y tres nietos. Defiendo las pequeñas granjas y las cooperativas locales, la integración del humano en la naturaleza

“Si quieres ser útil y feliz, tienes que tocar visceralmente la vida”

Soy ecologista, cristiano, capitalista, libertario y lunático.

¿Lunático?

Eso me llaman, porque todo lo que hacemos en mi granja es lo contrario a la ortodoxia.

Deme un ejemplo.

La ortodoxia dice que a los animales hay que encerrarlos en una instalación y darles de comer. Nosotros dejamos que pasten todo el día, pero los vamos cambiando de lugar para que no sobrepasten.

Entendido.

La ortodoxia dice que si mezclamos distintas especies de animales en un mismo lugar enfermarán, mientras que nosotros hemos demostrado que esa mezcla les hace más saludables.

¿Por qué?

Los animales prosperan en un ciclo simbiótico de alimentación. Las vacas se mueven de un pasto a otro. Gallinas y pollos van detrás de ellas, cavan a través del estiércol y se comen larvas de moscas ricas en proteínas mientras fertilizan el campo con sus excrementos.

¿Cuál es su filosofía?

Cada uno de nosotros debe dejar más tierra ­fértil, más agua limpia y más aire puro que cuando llegó a este mundo. Todos debemos participar en la sanación de nuestro nido.

¿Cómo empezó todo?

Mi padre era economista y mi madre, profesora. Amaban la tierra, compraron la granja y criaron vacas que nunca les dieron de comer.

Mal negocio.

Mi abuelo tenía un huerto ecológico que era mi pasión, era la abundancia, la vida en unos pocos metros cuadrados. Mi sueño siempre fue extender eso a toda la tierra.

Su granja era la peor del pueblo.

Sí, estaba devastada, llena de rocas y zanjas. No había nada de vegetación, la tierra tenía un 1% de materia orgánica. Toda la finca daba de comer a diez vacas.

La ha convertido en un vergel.

Hoy en día las rocas ya están cubiertas de tierra, tenemos un 8% de materia orgánica en el suelo y podemos alimentar a mil vacas. Y todo ello sin fertilizantes, sin químicos ni pesticidas.

¿Cuál ha sido la piedra en el zapato?

El gobierno y su burocracia. Si fuera por ellos, nuestra granja no existiría, pero nunca hemos cejado en nuestro empeño de que esta es la forma correcta de practicar la ganadería, de tratar al paisaje y a los animales.

¿Ha tenido que cometer ilegalidades?

No preguntamos, preferimos pedir perdón a pedir permiso. Pero hay muchas cosas que nos gustaría hacer y son ilegales, como vender leche cruda, ahumar cerdo, construir una silla con nuestra propia madera…

Hasta ahora creíamos que la única manera de ganar dinero como granjero era con la ganadería y el cultivo intensivos.

Estamos en pleno cambio de paradigma. Yo trabajo con varias especies en 60 hectáreas: 1.000 vacas, 800 cerdos, 40.000 pollos por año y 5.000 gallinas ponedoras. De esa manera puedes llegar a ganar 30.000 € por hectárea, sin cemento, ni vallas, ni edificios, ni medicamentos.

Fue usted pionero en la venta directa.

Defiendo el comercio de proximidad, servimos a 5.000 familias, a 50 restaurantes, a 10 tiendas de producto de calidad, recibimos a 1.500 visitantes al año y hacemos seminarios.

Los supermercados no deben estar muy contentos con usted.

A mí me encantaría eliminarlos. Defiendo las pequeñas granjas, las cooperativas locales y la relación productor-consumidor directa. Hay que dejar de subvencionar las granjas industriales y la agricultura química que está destruyendo los recursos del planeta.

¿Qué debemos saber los consumidores?

Que cada día, con las decisiones que tomas con tu comida estás creando el paisaje que heredarán tus hijos, y no hay manera de evadir esa responsabilidad: No hay ni una sola rana en el mundo que se diga una mañana “¡hoy no voy a participar!”, y tu tampoco puedes hacerlo.

¿Y por dónde pasa?

Tres cosas: la primera métete en la cocina, deja de comprar alimentos procesados, pon fin a esa agresión a tu comunidad intestinal.

La segunda.

Tienes que adentrarte en el misterio de la vida a través de pequeñas cosas como un huerto colgante o una planta de tomate en el alféizar de la ventana, si quieres ser útil y feliz tienes que tocar visceralmente la vida. Y mi preferido: en lugar de periquito, ten dos gallinas en casa que se coman los restos de tu comida y te den huevos.

Y la tercera.

Invierte en un sistema alimentario auténtico, comida hecha con integridad. ¿Hay inversión más importante que esa? Todos los imperios colapsaron cuando agotaron los recursos de su suelo, ¿por qué vamos a ser nosotros distintos?

Todo lo que sabe lo comparte en internet.

Quiero que los consumidores encuentren granjas en su área y mantengan el dinero en su comunidad. Hay que descentralizar.

¿Los pequeños agricultores pueden vivir?

Si colaboran entre ellos conseguirán que uno más uno sume tres. Hoy los granjeros sólo obtienen el 9% del dinero que se paga en la tienda por un producto.

¿Qué merece la pena en la vida?

Una vida fértil. Levantarme por la mañana y saber que estoy cuidando de la creación y multiplicando los bienes de esta tierra. Para mí eso es un privilegio y un honor.

Divergente

Tiene brazos como árboles y una felicidad contagiosa. Son famosas sus clases en las universidades por las carcajadas que desata. Se trata, según la revista Time, del mejor granjero del mundo, icono del nuevo paradigma agrario: recuperar el tejido rural, la piel de la tierra, el agua y el aire limpios y una vida digna para los animales de granja, incluidos los granjeros. Salatin lo ha conseguido en su granja de Virginia utilizando métodos de manejo holístico en la cría de animales y la venta a través de marketing directo, y ha creado una lanzadera de jóvenes agricultores. Ha venido invitado por la asociación Organic Managers y la editorial Diente de León, que publica Esto no es normal, el único de sus 12 libros traducido al español.

Ante la desinformación, tome las riendas de su salud

«Ante la desinformación, tome las riendas de su salud»

Nos quedamos con esta estupenda frase de La aventura de Ediciones de Salud, Nutrición y Bienestar con la que abrimos este post, en la que queremos acercaros la revista digital de Salud ArteNatura. Publicación mensual en la que cada mes se toca una gran variedad de temas, alguno de manera más profunda, otros más breves tanto afecciones leves, cotidianas como de enfermedades graves. En el último número reseñan el libro «Esto no es normal» de Joel Salatin. Os compartimos sus palabras y os dejamos los enlaces para que podáis conocer más sobre sus publicaciones.

«Todos deberíamos tener una gallina en casa»

El granjero más polémico de Estados Unidos, Joel Salatin, apuesta por beber leche cruda y critica que los consumidores no se preocupen por saber de dónde viene su comida: “El mayor riesgo es la ignorancia. Cuando uno es ignorante, le engañan muy fácilmente”.
Se autodefine como “cristiano, libertario, ecologista, capitalista y lunático”. Su charla lo confirma, sobre todo lo extravagante y ecologista. El granjero más polémico de Estados Unidos se llama Joel Salatin y cree que todos deberíamos tener una gallina en casa. “Se comen las sobras, te dan huevos y encima son el perfecto modelo a seguir para los adolescentes: madrugan, comen de todo y se acuestan cuando cae el sol”, explica el también autor, que acaba de publicar Esto no es normal. Recomendaciones de un granjero que ama a los animales (Diente de León). «Salatin minimiza los riesgos de beber leche cruda: “Cualquier producto que no se trate y manipule correctamente, puede ser peligroso” Además de tener una gallina, este granjero, que promueve un modelo de producción distinto, ecológico y que nos devuelva al pasado (agrario), apuesta también por una de las tendencias que en los últimos tiempos más han preocupado a los especialistas en España, la de volver a beber leche cruda. “¿Que si entraña riesgos? ¿Tiene riesgos beber Coca-Cola? Cualquier producto que no se trate y manipule correctamente, puede ser peligroso. Mucha gente hace cosas que para mí lo son, como hacer puenting o dar de comer a sus hijos pollo de granjas industriales. Pero lo importante es que cada uno tome sus riesgos de forma adulta y consciente. Yo nunca bebería leche pasteurizada pero no quiero que el Gobierno lo prohíba. Quiero tener capacidad para decidir”, asegura el propietario de la granja Polyfaces.

Un modelo agrícola ecológico y de proximidad

También resulta chocante que el modelo agrícola que propone, ecológico y de proximidad, pueda convivir con el mundo en este siglo XXI, en el que muchos expertos consideran que sólo es posible la producción industrial. Pero Salatin lo combate con vehemencia, se le notan los trofeos de debate del instituto. “Claro que es posible. Tiramos casi la mitad de la comida que producimos, nunca habíamos desperdiciamos tanto como ahora. Además, al menos en Estados Unidos, con los kilómetros cuadrados que se dedican a césped y a caballos recreativos habría superficie suficiente para todas las granjas que se necesitarían. Y no tengo nada contra los caballos”, explica divertido. Además, el granjero subraya que las ganaderías industriales “sólo muestran en la foto el interior de sus granjas, pero no el espacio que necesitan para cultivar los cereales con los que alimentan a los animales o para verter el estiércol. En nuestro modelo de granja la foto lo enseña todo”. Salatin añade que en un modelo de granja con el suyo, “donde las vacas van cambiando de pastos cada día, el forraje tiene una productividad cinco veces mayor” Salatin recurre a la dehesa española para explicar otro de los problemas que solucionaría volver al modelo agrario que propone. “Los modelos multiespecies son más productivos que los de una sola. Ha ocurrido en la dehesa, antes se criaban cerdos ibéricos, vacas y ovejas. Como el cerdo se volvió tan apreciado se abandonó la cría de vacas y ovejas, lo que ha hecho disminuir la productividad del entorno”.

Más caro sí, pero no en la factura global

Admite el granjero que la comida “íntegra” que él propone sería más cara. “Comida íntegra es comida creíble, económica, ecológica y socialmente. Tiene que ser más caro, porque es como comparar un Dacia con un Mercedes Benz”, explica el granjero. Si ese aumento del precio sería de un 10% o un 30%, Salatin cree que nadie lo sabe, pero sí subraya que la factura “global” se abarataría. “Como siempre que las innovaciones se generalizan, los precios terminarían bajando. Y pagaríamos mucho menos en remedios para la polución, la toxicidad, los patógenos o las enfermedades, por lo que en términos globales sí sería más barato”, aclara. Más allá de eso, Salatin cree que el cambio debe ser cultural. “Nadie espera que un jamón ibérico de bellota sea barato. Aquí hay que tener en cuenta lo que una sociedad está dispuesta a pagar por su tierra, su agua, su aire y su comida. Esto identifica cuáles son sus valores”.

Empezar por una maceta

Al que quiera sumarse al cambio Salatin le recomienda que “busque un granjero”: “En Estados Unidos y sé que también en España cada vez son más las opciones para conseguir productos ecológicos y de proximidad. Sólo hay que dejar de gastar energía en cosas que no necesitamos y ponerlo en descubrir los tesoros agrícolas de la comunidad, que los hay”. Y aún más fácil, el granjero dice que basta con cultivar una hierba aromática o cualquier otra cosa en una simple maceta, ya que nos ayudará a “tocar visceralmente la maravilla de la vida”. Por último, trabajar en la cocina. “No sólo en el microondas, hoy día tenemos yogurteras, heladeras, paneras… cosas por las que tu abuela hubiera dado su ojo derecho. Cocinar nunca ha sido tan fácil”, dice Salatin, tercera generación de granjeros, y convencido de que otra manera de comer es posible, “siempre que cada uno compre comida sin procesar y prepare, cocine y conserve sus propios alimentos, es fácil comer como un rey y pagar como un vasallo”. Fuente: El independiente

Joel Salatin, el granjero que sueña con hacer la comida más sana

Cuando Joel Salatin (Ohio, 1957) entra en el supermercado se va directo a la zona de la carnicería para ver cómo están los precios, mientras su mujer Teresa coge el papel higiénico y los pañuelos. Es lo único que necesitan adquirir para su día a día fuera de su granja familiar, Polyface, situada en el valle de Shenandoah en Virginia (EEUU). Allí producen prácticamente toda la comida que consumen y lo hacen de forma sostenible, sin químicos, sin pesticidas, sin fertilizantes. «Bueno, reconozco que me pierden los plátanos, me crié en Venezuela. Es mi capricho», confiesa entre risas. Salatin está considerado el gurú de la agricultura ecológica; para la revista ‘Time’ es «el granjero más innovador del mundo». Cristiano, libertario, ecologista, lunático y capitalista, como él mismo se define, este americano campechano e irónico ha viajado hasta Madrid para hablar de su libro ‘Esto no es normal. Recomendaciones de un granjero que ama a los animales’ (Ed. Diente de León), un reflejo de sus ideas y su causa, la que defiende las pequeñas granjas, las cooperativas locales y «una relación productor-consumidor más directa que permita una mayor libertad de elección a éste». Este libro se cocinó en sus charlas a estudiantes en universidades americanas, porque hasta aquí se escucha su voz. «Ahí aprecié lo mucho que ha cambiado el mundo», y no quiso quedarse al margen. Pero que nadie se confunda. «No pienso que nuestros ancestros vivieran mejor. Simplemente trato de buscar patrones que hayan funcionado a lo largo del tiempo».
CAMBIOS A MEDIO PLAZO
No estamos cuidando el medio ambiente como deberíamos, de eso hay pocas dudas, pero quizá la cuestión ahora sea cómo reconducir la situación. Hay varias cuestiones que a medio o largo plazo pueden tener consecuencias importantes, advierte Salatin, si no se cambian hábitos y filosofía: «Tenemos cada vez tierras menos fértiles; menos agua, incluso hay quien habla de que las próximas guerras serán por ésta, y cada vez la calidad de la comida es peor. Calidad me refiero a valor nutricional. La mortalidad por enfermedades crónicas está aumentando; antes moríamos por enfermedades infecciosas, ahora no. Por no hablar de alergias, intolerancias… El coste de mantener la salud cada vez es mayor y eso indica que no vamos en la dirección correcta«.Salatin carga las tintas contra el Gobierno de EEUU y la industria alimentaria: «El Gobierno debería dar libertad para que cada uno elija lo que quiere comer y de la fuente que quiera. Si tú haces un excelente pepperoni y yo quiero comprarte dos kilos, el gobierno no me dejaría porque tendría que haber unos controles y unas inspecciones. Yo quiero que esa burocracia desaparezca; que el gobierno permita una relación directa entre granjero y consumidor». Esto no significa que se oponga a las normativas de sanidad, lo que pide es que éstas no requieran grandes inversiones cuando existen alternativas asequibles. En este sentido, también demanda que se deje de «subvencionar a las granjas industriales o a la agricultura química que está destruyendo nuestros recursos…». Vende de maravilla su discurso; algo tendrán que ver sus competiciones de debate en sus años de instituto y universidad -estudió lengua inglesa-. Salatin siempre quiso ser granjero, según reconoce en el libro. Sus hijos se educaron en casa, no fueron a la escuela, y los dos son parte hoy de este proyecto vital. «Daniel se encarga de gestionar el día a día en la granja; Rachel, que estudió Empresariales y Diseño de Interiores, se centra en cuidar y mejorar la imagen de Polyface». Hoy viven cuatro generaciones de la familia en sus tierras, 40 hectáreas donde crían gallinas, vacas, conejos, cerdos y cultivan frutas y verduras, entre otras cosas.
Defender su modelo, cuenta, le ha acarreado recibir «las presiones de los reguladores», sin embargo, no le han llegado desde la industria alimentaria, cuyo modelo critica duramente. Tres pinceladas sobre lo mucho que desconocemos, bajo su punto de vista, de esta «bestia»: «A la industria no le importa nada la nutrición; cuanto más barata es la comida, peor calidad; los granjeros sólo obtienen el 9% del dinero que se paga en la tienda por un producto». Tirando de símil, su lucha contra ésta es como «cavar un sótano con una pala de plástico de playa».
El gobierno, los granjeros subvencionados, la industria…, y usted y yo, como consumidores, a cuya responsabilidad también apela. «Nos encantaría culpar a los granjeros o a la industria, pero lo cierto es que los primeros producen aquello que quieren los consumidores. El sistema alimentario que tenemos es un reflejo de la sociedad. Si queremos que las cosas sean diferentes en el futuro, es el consumidor el que tiene que dar el primer paso y cambiar sus demandas».

SENTIDO COMÚN

La comida rápida es una de las epidemias de nuestro tiempo. «Preparar una comida consiste en utilizar ingredientes sin procesar y ponerlos juntos para crear un plato», explica en su libro, donde el sentido común y el humor acompañan cada capítulo. Lo anormal no es que de vez en cuando apetezca esta opción, sino «el porcentaje de comidas rápidas, su escasa variedad en contenidos, la uniformidad que las cadenas de comida rápida requieren y que sus protocolos dejan fuera al suministro local». En sus visitas al supermercado se ha aficionado también a leer las etiquetas de la comida industrial. «Tienes que ser químico y adorar la terminología científica para entenderlas», reflexiona sobre el papel. Complicado debatir sobre las ventajas de un alimento sobre otro si no entiendes ni siquiera lo que lees. Faltan cinco minutos para que empiece su charla en Impact Hub, un espacio de ‘coworking’ en el centro de Madrid. Al día siguiente, imparte una ‘masterclass’ en la Finca Dehesa El Milagro sobre su manera de entender la agricultura, «tan aplicable en zonas del Mediterráneo como en América Central». En la sala hay jóvenes, familias, mayores… Salatin sitúa su banqueta delante del público. «Es la primera vez en la historia de la Humanidad que podemos comer cosas que no podemos hacer en nuestra propia cocina», explica convencido. Ha dormido poco, pero no se nota. El mensaje es lo importante. «Yo no quiero ampliar mi negocio, quiero producir la mejor comida y la más sana». Fuente: El mundo

Joel Salatin, el granjero que sueña con hacer la comida más sana

Cuando Joel Salatin (Ohio, 1957) entra en el supermercado se va directo a la zona de la carnicería para ver cómo están los precios, mientras su mujer Teresa coge el papel higiénico y los pañuelos. Es lo único que necesitan adquirir para su día a día fuera de su granja familiar, Polyface, situada en el valle de Shenandoah en Virginia (EEUU). Allí producen prácticamente toda la comida que consumen y lo hacen de forma sostenible, sin químicos, sin pesticidas, sin fertilizantes. «Bueno, reconozco que me pierden los plátanos, me crié en Venezuela. Es mi capricho», confiesa entre risas. Salatin está considerado el gurú de la agricultura ecológica; para la revista ‘Time’ es «el granjero más innovador del mundo». Cristiano, libertario, ecologista, lunático y capitalista, como él mismo se define, este americano campechano e irónico ha viajado hasta Madrid para hablar de su libro ‘Esto no es normal. Recomendaciones de un granjero que ama a los animales’ (Ed. Diente de León), un reflejo de sus ideas y su causa, la que defiende las pequeñas granjas, las cooperativas locales y «una relación productor-consumidor más directa que permita una mayor libertad de elección a éste». Este libro se cocinó en sus charlas a estudiantes en universidades americanas, porque hasta aquí se escucha su voz. «Ahí aprecié lo mucho que ha cambiado el mundo», y no quiso quedarse al margen. Pero que nadie se confunda. «No pienso que nuestros ancestros vivieran mejor. Simplemente trato de buscar patrones que hayan funcionado a lo largo del tiempo».
CAMBIOS A MEDIO PLAZO
No estamos cuidando el medio ambiente como deberíamos, de eso hay pocas dudas, pero quizá la cuestión ahora sea cómo reconducir la situación. Hay varias cuestiones que a medio o largo plazo pueden tener consecuencias importantes, advierte Salatin, si no se cambian hábitos y filosofía: «Tenemos cada vez tierras menos fértiles; menos agua, incluso hay quien habla de que las próximas guerras serán por ésta, y cada vez la calidad de la comida es peor. Calidad me refiero a valor nutricional. La mortalidad por enfermedades crónicas está aumentando; antes moríamos por enfermedades infecciosas, ahora no. Por no hablar de alergias, intolerancias… El coste de mantener la salud cada vez es mayor y eso indica que no vamos en la dirección correcta«.Salatin carga las tintas contra el Gobierno de EEUU y la industria alimentaria: «El Gobierno debería dar libertad para que cada uno elija lo que quiere comer y de la fuente que quiera. Si tú haces un excelente pepperoni y yo quiero comprarte dos kilos, el gobierno no me dejaría porque tendría que haber unos controles y unas inspecciones. Yo quiero que esa burocracia desaparezca; que el gobierno permita una relación directa entre granjero y consumidor». Esto no significa que se oponga a las normativas de sanidad, lo que pide es que éstas no requieran grandes inversiones cuando existen alternativas asequibles. En este sentido, también demanda que se deje de «subvencionar a las granjas industriales o a la agricultura química que está destruyendo nuestros recursos…». Vende de maravilla su discurso; algo tendrán que ver sus competiciones de debate en sus años de instituto y universidad -estudió lengua inglesa-. Salatin siempre quiso ser granjero, según reconoce en el libro. Sus hijos se educaron en casa, no fueron a la escuela, y los dos son parte hoy de este proyecto vital. «Daniel se encarga de gestionar el día a día en la granja; Rachel, que estudió Empresariales y Diseño de Interiores, se centra en cuidar y mejorar la imagen de Polyface». Hoy viven cuatro generaciones de la familia en sus tierras, 40 hectáreas donde crían gallinas, vacas, conejos, cerdos y cultivan frutas y verduras, entre otras cosas.
Defender su modelo, cuenta, le ha acarreado recibir «las presiones de los reguladores», sin embargo, no le han llegado desde la industria alimentaria, cuyo modelo critica duramente. Tres pinceladas sobre lo mucho que desconocemos, bajo su punto de vista, de esta «bestia»: «A la industria no le importa nada la nutrición; cuanto más barata es la comida, peor calidad; los granjeros sólo obtienen el 9% del dinero que se paga en la tienda por un producto». Tirando de símil, su lucha contra ésta es como «cavar un sótano con una pala de plástico de playa».
El gobierno, los granjeros subvencionados, la industria…, y usted y yo, como consumidores, a cuya responsabilidad también apela. «Nos encantaría culpar a los granjeros o a la industria, pero lo cierto es que los primeros producen aquello que quieren los consumidores. El sistema alimentario que tenemos es un reflejo de la sociedad. Si queremos que las cosas sean diferentes en el futuro, es el consumidor el que tiene que dar el primer paso y cambiar sus demandas».

SENTIDO COMÚN

La comida rápida es una de las epidemias de nuestro tiempo. «Preparar una comida consiste en utilizar ingredientes sin procesar y ponerlos juntos para crear un plato», explica en su libro, donde el sentido común y el humor acompañan cada capítulo. Lo anormal no es que de vez en cuando apetezca esta opción, sino «el porcentaje de comidas rápidas, su escasa variedad en contenidos, la uniformidad que las cadenas de comida rápida requieren y que sus protocolos dejan fuera al suministro local». En sus visitas al supermercado se ha aficionado también a leer las etiquetas de la comida industrial. «Tienes que ser químico y adorar la terminología científica para entenderlas», reflexiona sobre el papel. Complicado debatir sobre las ventajas de un alimento sobre otro si no entiendes ni siquiera lo que lees. Faltan cinco minutos para que empiece su charla en Impact Hub, un espacio de ‘coworking’ en el centro de Madrid. Al día siguiente, imparte una ‘masterclass’ en la Finca Dehesa El Milagro sobre su manera de entender la agricultura, «tan aplicable en zonas del Mediterráneo como en América Central». En la sala hay jóvenes, familias, mayores… Salatin sitúa su banqueta delante del público. «Es la primera vez en la historia de la Humanidad que podemos comer cosas que no podemos hacer en nuestra propia cocina», explica convencido. Ha dormido poco, pero no se nota. El mensaje es lo importante. «Yo no quiero ampliar mi negocio, quiero producir la mejor comida y la más sana». Fuente: El mundo

Joel Salatin, el granjero que sueña con hacer la comida más sana

Cuando Joel Salatin (Ohio, 1957) entra en el supermercado se va directo a la zona de la carnicería para ver cómo están los precios, mientras su mujer Teresa coge el papel higiénico y los pañuelos. Es lo único que necesitan adquirir para su día a día fuera de su granja familiar, Polyface, situada en el valle de Shenandoah en Virginia (EEUU). Allí producen prácticamente toda la comida que consumen y lo hacen de forma sostenible, sin químicos, sin pesticidas, sin fertilizantes. «Bueno, reconozco que me pierden los plátanos, me crié en Venezuela. Es mi capricho», confiesa entre risas. Salatin está considerado el gurú de la agricultura ecológica; para la revista ‘Time’ es «el granjero más innovador del mundo». Cristiano, libertario, ecologista, lunático y capitalista, como él mismo se define, este americano campechano e irónico ha viajado hasta Madrid para hablar de su libro ‘Esto no es normal. Recomendaciones de un granjero que ama a los animales’ (Ed. Diente de León), un reflejo de sus ideas y su causa, la que defiende las pequeñas granjas, las cooperativas locales y «una relación productor-consumidor más directa que permita una mayor libertad de elección a éste». Este libro se cocinó en sus charlas a estudiantes en universidades americanas, porque hasta aquí se escucha su voz. «Ahí aprecié lo mucho que ha cambiado el mundo», y no quiso quedarse al margen. Pero que nadie se confunda. «No pienso que nuestros ancestros vivieran mejor. Simplemente trato de buscar patrones que hayan funcionado a lo largo del tiempo».
CAMBIOS A MEDIO PLAZO
No estamos cuidando el medio ambiente como deberíamos, de eso hay pocas dudas, pero quizá la cuestión ahora sea cómo reconducir la situación. Hay varias cuestiones que a medio o largo plazo pueden tener consecuencias importantes, advierte Salatin, si no se cambian hábitos y filosofía: «Tenemos cada vez tierras menos fértiles; menos agua, incluso hay quien habla de que las próximas guerras serán por ésta, y cada vez la calidad de la comida es peor. Calidad me refiero a valor nutricional. La mortalidad por enfermedades crónicas está aumentando; antes moríamos por enfermedades infecciosas, ahora no. Por no hablar de alergias, intolerancias… El coste de mantener la salud cada vez es mayor y eso indica que no vamos en la dirección correcta«.Salatin carga las tintas contra el Gobierno de EEUU y la industria alimentaria: «El Gobierno debería dar libertad para que cada uno elija lo que quiere comer y de la fuente que quiera. Si tú haces un excelente pepperoni y yo quiero comprarte dos kilos, el gobierno no me dejaría porque tendría que haber unos controles y unas inspecciones. Yo quiero que esa burocracia desaparezca; que el gobierno permita una relación directa entre granjero y consumidor». Esto no significa que se oponga a las normativas de sanidad, lo que pide es que éstas no requieran grandes inversiones cuando existen alternativas asequibles. En este sentido, también demanda que se deje de «subvencionar a las granjas industriales o a la agricultura química que está destruyendo nuestros recursos…». Vende de maravilla su discurso; algo tendrán que ver sus competiciones de debate en sus años de instituto y universidad -estudió lengua inglesa-. Salatin siempre quiso ser granjero, según reconoce en el libro. Sus hijos se educaron en casa, no fueron a la escuela, y los dos son parte hoy de este proyecto vital. «Daniel se encarga de gestionar el día a día en la granja; Rachel, que estudió Empresariales y Diseño de Interiores, se centra en cuidar y mejorar la imagen de Polyface». Hoy viven cuatro generaciones de la familia en sus tierras, 40 hectáreas donde crían gallinas, vacas, conejos, cerdos y cultivan frutas y verduras, entre otras cosas.
Defender su modelo, cuenta, le ha acarreado recibir «las presiones de los reguladores», sin embargo, no le han llegado desde la industria alimentaria, cuyo modelo critica duramente. Tres pinceladas sobre lo mucho que desconocemos, bajo su punto de vista, de esta «bestia»: «A la industria no le importa nada la nutrición; cuanto más barata es la comida, peor calidad; los granjeros sólo obtienen el 9% del dinero que se paga en la tienda por un producto». Tirando de símil, su lucha contra ésta es como «cavar un sótano con una pala de plástico de playa».
El gobierno, los granjeros subvencionados, la industria…, y usted y yo, como consumidores, a cuya responsabilidad también apela. «Nos encantaría culpar a los granjeros o a la industria, pero lo cierto es que los primeros producen aquello que quieren los consumidores. El sistema alimentario que tenemos es un reflejo de la sociedad. Si queremos que las cosas sean diferentes en el futuro, es el consumidor el que tiene que dar el primer paso y cambiar sus demandas».

SENTIDO COMÚN

La comida rápida es una de las epidemias de nuestro tiempo. «Preparar una comida consiste en utilizar ingredientes sin procesar y ponerlos juntos para crear un plato», explica en su libro, donde el sentido común y el humor acompañan cada capítulo. Lo anormal no es que de vez en cuando apetezca esta opción, sino «el porcentaje de comidas rápidas, su escasa variedad en contenidos, la uniformidad que las cadenas de comida rápida requieren y que sus protocolos dejan fuera al suministro local». En sus visitas al supermercado se ha aficionado también a leer las etiquetas de la comida industrial. «Tienes que ser químico y adorar la terminología científica para entenderlas», reflexiona sobre el papel. Complicado debatir sobre las ventajas de un alimento sobre otro si no entiendes ni siquiera lo que lees. Faltan cinco minutos para que empiece su charla en Impact Hub, un espacio de ‘coworking’ en el centro de Madrid. Al día siguiente, imparte una ‘masterclass’ en la Finca Dehesa El Milagro sobre su manera de entender la agricultura, «tan aplicable en zonas del Mediterráneo como en América Central». En la sala hay jóvenes, familias, mayores… Salatin sitúa su banqueta delante del público. «Es la primera vez en la historia de la Humanidad que podemos comer cosas que no podemos hacer en nuestra propia cocina», explica convencido. Ha dormido poco, pero no se nota. El mensaje es lo importante. «Yo no quiero ampliar mi negocio, quiero producir la mejor comida y la más sana». Fuente: El mundo

«El mejor agricultor del mundo» visitará Toledo en abril

Joel Salatin, referente en producción agroecológica, impartirá una masterclass en Dehesa el Milagro, en Alcañizo

La granja ecológica Dehesa El Milagro acogerá un curso de Joel Salatin, referente en producción agroecológica a nivel mundial. La revista TIME le ha definido como «el granjero más innovador del mundo» y el periódico The Atlantic se refiere a él como «el sumo sacerdote de las granjas de pastoreo» y sirve de inspiración a los nuevos granjeros de todo el mundo. La masterclass tendrá lugar el 18 y 19 de abril en Alcañizo (Toledo). Durante dos intensas jornadas, Salatin compartirá con los asistentes sus teorías y experiencias sobre agricultura y ganadería sostenible. Se tratarán asuntos como la gestión de la fertilidad del suelo, el uso del agua, pastoreo, compost, vallados, infraestructuras móviles, venta directa, planificación de personal, etc. El precio de la inscripción al curso es de 290 euros en venta anticipada y 330 euros a partir del 1 de abril; e incluye el almuerzo elaborado con productos ecológicos de El MilagroJoel Salatin es un férreo defensor de las pequeñas granjas, las cooperativas locales y el derecho a tener a otra opción fuera del paradigma de la agricultura industrial. «Imitar a la naturaleza es el futuro de un sistema agrario realmente ecologico y eficiente». Desde su propia explotación www.polyfacefarms.com en Virginia (EE.UU.) libre de productos químicos ha desarrollado un sistema de producción que permite producir grandes cantidades de alimentos nutritivos obtenidos de forma respetuosa con las personas, el ganado y el medioambiente. Joel Salatin es autor del libro «Esto no es normal», de la editorial Diente de León y ha dado conferencias alrededor del mundo abanderando la producción de alimentos no industriales. Es colaborador habitual de revistas como Stockman Grass Farmer, Acres U.S.A. y Mother Earth News. La organización de estas jornadas responde al propósito de Dehesa El Milagro de ser un centro divulgativo de intercambio de conocimientos y experiencias. Blanca Entrecanales, fundadora de Dehesa El Milagro, subraya la importancia de que los consumidores sepan de dónde proceden los alimentos y conozcan las condiciones de su producción. Con este objetivo Dehesa El Milagro realiza múltiples actividades en consonancia con el medio ambiente, el cultivo tradicional y el respeto por la Naturaleza.

Acerca de la Dehesa El Milagro

La apuesta personal de Blanca Entrecanales Domecq y su mano derecha, Arturo Grinda, es una granja ecológica dedicada a la agricultura y la ganadería. Un proyecto pionero situado en la provincia de Toledo, que emplea una fórmula de explotación sostenible, regenerativa. Bajo la premisa de una explotación 100% ecológica de los recursos naturales de los que disponen; nunca utilizan productos químicos, pesticidas ni transgénicos en sus alimentos. El Milagro aspira a liderar un sistema de explotación agropecuaria que resulte viable económicamente y que respete el entorno; para ello aúnan esfuerzos con otras fincas de zona. Cada semana distribuyen sus productos: hortalizas, huevos y carne ecológica de ternera y pollo, junto con productos elaborados, por toda la península ibérica. Se encargan online y se reciben cómodamente en casa. Fuente: ABC

Solomillos de lujo

Javier Fórcola retoma y traduce ‘Panamá Al Brown’, una estupenda y emocionante biografía-homenaje de Eduardo Arroyo al boxeador Alfonso Teófilo Brown

1. Regeneración

La forza del destino: Kid Chocolate (1972), obra de Eduardo Arroyo.
Pertenezco a una generación que, en general, no ha mostrado hasta hace bien poco lo que podríamos llamar “conciencia animalista”. Nunca leí entero —ni siquiera de primera mano— Liberación animal (Trotta), de Peter Singer, un libro fundacional de hace 40 años que aquí se publicó un cuarto de siglo después, lo que ya es un dato sobre el nulo interés que entre nosotros suscitaba el asunto. Y recuerdo con rubor no haberme tomado demasiado en serio a mi admirado Jorge Riechmann cuando intentaba explicarme —hace ya dos décadas— de qué iba la nueva ética animalista; incluso quiero recordar (y aún me sonrojo) haber empleado como defensa dialéctica ante sus argumentos una frase-mantra de Sartre (de Las palabras) en la que, a propósito del cariño que alguien profesaba a alguna mascota, el filósofo al que más he admirado y que más veces se equivocó pontificaba que cuando se ama demasiado a los animales, se los ama contra las personas. Peor aún (si se me permite una pequeña frivolidad autobiográfica): me gustan tanto las hamburguesas a la parrilla que cuando las saboreo me resulta difícil caer en la cuenta de que me estoy zampando carne de un animal —como yo— que ha experimentado un largo proceso de maltrato y sufrimiento hasta llegar a mi estómago. Viene esto a cuento de que el otro día pasé por delante de una de esas modernas y lujosas carnicerías en las que las piezas de carne sacrificada —cabezas, cuartos traseros, jugosos costillares— cuelgan artísticamente y en diversas fases de maduración en el interior de escaparates frigoríficos, como si se tratara de una colección de ropa de invierno preparada para que algún miembro de la familia Casiraghi, pongo por caso, elija una prenda para lucirla en su refugio invernal de Gstaad. De repente, experimenté como un pequeño satorio iluminación, y me vi allí dentro, desollado y colgando despiezado —tronco, muslos, abdomen— como si fuera un modelo para un ecorché de Andrea Vesalio. La carne yendo a la carne, me dije con un punto de repugnancia canibalesca (se calcula que matamos a más de 56.000 millones de animales al año). Bueno, no sé cuánto tiempo me durará la abstinencia de carne (la mía es débil), pero les aseguro que llevo desde entonces evitándola concienzudamente, quizá porque nunca me había sentido tan próximo a un caníbal. Reconozco que a ello me ayuda bastante la lectura del muy militante y audaz Zoópolisuna revolución animalista (Errata Naturae), de los filósofos Sue Donaldson y Will Kymlicka, pero no sólo. Mucho más cercanos a nuestra cotidianidad alimenticia son, por ejemplo, algunos de los libros del catálogo de Diente de León, cuya directora, Ana Azcárate, está empeñada en la limpieza y regeneración del organismo. Les recomiendo, por ejemplo, Esto no es normal, de Joel Salatin, un compendio de sabiduría y sentido común a cargo de un granjero que sabe de lo que habla.

2. Estudios

La primera vez que entré en el estudio de un pintor fue en el de mi tío, Juan Guillermo (1916-1968), joven miembro de la llamada Escuela de Madrid, hoy menos conocido de lo que debiera. Me sentía tan a gusto en aquel ámbito que durante un verano de mi adolescencia decidí montarme uno por mi cuenta y emborronar docenas de cartones y lienzos con efigies planas y expresionistas al acrílico, que copiaba de lo que entonces hacía Modest Cuixart, cuya pintura admiraba. Nunca volví a pintar, pero he seguido visitando estudios de pintores siempre que se me presenta la ocasión. El más bello, ordenado y envidiable —allí me quedaría a vivir para siempre— es el de Eduardo Arroyo, en un piso interminable y aromático de la Costanilla de los Ángeles. Parte de su luminosa hermosura se debe, supongo, a que, además de lienzos y toda clase de tubos, pinceles y “recados de pintar”, el espacio está lleno de libros. Arroyo pinta, lee y ama los libros. Y es propietario de varias bibliotecas temáticas en las que vuelca y sublima sus mitomanías. Una de ellas es el boxeo, un deporte/arte del que colecciona todo lo que encuentra. Arroyo es además un estupendo escritor: intuitivo y apasionado, con ojo para el detalle (que es donde se refugia casi todo lo que impulsa un gran cuadro/libro). Ahora Javier Fórcola, un editor atento al aire del tiempo, retoma y traduce —ampliado— Panamá Al Brown, una estupenda, emocionante biografía-homenaje de Alfonso Teófilo Brown (1902-1951), que Arroyo compuso a mayor gloria de aquel peso gallo que surgió de la sordidez y la miseria, revolucionó el boxeo, conquistó el mundo, disfrutó de la opulencia y el capricho con esa furia frenética que solo proporciona la venganza, y murió enfermo y abandonado de todos. En el fondo, (otra) historia inmortal.

3. Maoístas

Más allá de la crónica apasionante/espeluznante La cuarta espada (Debate, 2007), de Santiago Roncagliolo, y de novelas (del propio Roncagliolo, de Vargas Llosa, de Alonso Cueto) que tratan directa u oblicuamente el conflicto que desgarró al Perú de los ochenta (y más allá), Breve historia de Sendero Luminoso(Catarata), de Jerónimo Ríos y Marté Sánchez, constituye una eficaz síntesis de los orígenes, la evolución ideológica y táctica y la derrota final (hasta su posterior marginalización narcoguerrillera) de la única organización revolucionaria de carácter maoísta (y no foquista o guevarista) que llegó a tener influencia en América Latina. Una historia terrible (casi 70.000 muertos) punteada por la crueldad y la barbarie sin límite (matanzas, asesinatos, torturas) desatadas tanto por la organización de Abimael Guzmán —un potencial Pol Pot andino— como por las fuerzas (legales o no) encargadas de su represión, y que culminaron durante el mandato de la corrupta cleptocracia Fujimori/Montesinos. Un relato atroz que ni siquiera admite el consuelo de la suspensión de la incredulidad. Fuente: El país

Solomillos de lujo

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1. Regeneración

La forza del destino: Kid Chocolate (1972), obra de Eduardo Arroyo.
Pertenezco a una generación que, en general, no ha mostrado hasta hace bien poco lo que podríamos llamar “conciencia animalista”. Nunca leí entero —ni siquiera de primera mano— Liberación animal (Trotta), de Peter Singer, un libro fundacional de hace 40 años que aquí se publicó un cuarto de siglo después, lo que ya es un dato sobre el nulo interés que entre nosotros suscitaba el asunto. Y recuerdo con rubor no haberme tomado demasiado en serio a mi admirado Jorge Riechmann cuando intentaba explicarme —hace ya dos décadas— de qué iba la nueva ética animalista; incluso quiero recordar (y aún me sonrojo) haber empleado como defensa dialéctica ante sus argumentos una frase-mantra de Sartre (de Las palabras) en la que, a propósito del cariño que alguien profesaba a alguna mascota, el filósofo al que más he admirado y que más veces se equivocó pontificaba que cuando se ama demasiado a los animales, se los ama contra las personas. Peor aún (si se me permite una pequeña frivolidad autobiográfica): me gustan tanto las hamburguesas a la parrilla que cuando las saboreo me resulta difícil caer en la cuenta de que me estoy zampando carne de un animal —como yo— que ha experimentado un largo proceso de maltrato y sufrimiento hasta llegar a mi estómago. Viene esto a cuento de que el otro día pasé por delante de una de esas modernas y lujosas carnicerías en las que las piezas de carne sacrificada —cabezas, cuartos traseros, jugosos costillares— cuelgan artísticamente y en diversas fases de maduración en el interior de escaparates frigoríficos, como si se tratara de una colección de ropa de invierno preparada para que algún miembro de la familia Casiraghi, pongo por caso, elija una prenda para lucirla en su refugio invernal de Gstaad. De repente, experimenté como un pequeño satorio iluminación, y me vi allí dentro, desollado y colgando despiezado —tronco, muslos, abdomen— como si fuera un modelo para un ecorché de Andrea Vesalio. La carne yendo a la carne, me dije con un punto de repugnancia canibalesca (se calcula que matamos a más de 56.000 millones de animales al año). Bueno, no sé cuánto tiempo me durará la abstinencia de carne (la mía es débil), pero les aseguro que llevo desde entonces evitándola concienzudamente, quizá porque nunca me había sentido tan próximo a un caníbal. Reconozco que a ello me ayuda bastante la lectura del muy militante y audaz Zoópolisuna revolución animalista (Errata Naturae), de los filósofos Sue Donaldson y Will Kymlicka, pero no sólo. Mucho más cercanos a nuestra cotidianidad alimenticia son, por ejemplo, algunos de los libros del catálogo de Diente de León, cuya directora, Ana Azcárate, está empeñada en la limpieza y regeneración del organismo. Les recomiendo, por ejemplo, Esto no es normal, de Joel Salatin, un compendio de sabiduría y sentido común a cargo de un granjero que sabe de lo que habla.

2. Estudios

La primera vez que entré en el estudio de un pintor fue en el de mi tío, Juan Guillermo (1916-1968), joven miembro de la llamada Escuela de Madrid, hoy menos conocido de lo que debiera. Me sentía tan a gusto en aquel ámbito que durante un verano de mi adolescencia decidí montarme uno por mi cuenta y emborronar docenas de cartones y lienzos con efigies planas y expresionistas al acrílico, que copiaba de lo que entonces hacía Modest Cuixart, cuya pintura admiraba. Nunca volví a pintar, pero he seguido visitando estudios de pintores siempre que se me presenta la ocasión. El más bello, ordenado y envidiable —allí me quedaría a vivir para siempre— es el de Eduardo Arroyo, en un piso interminable y aromático de la Costanilla de los Ángeles. Parte de su luminosa hermosura se debe, supongo, a que, además de lienzos y toda clase de tubos, pinceles y “recados de pintar”, el espacio está lleno de libros. Arroyo pinta, lee y ama los libros. Y es propietario de varias bibliotecas temáticas en las que vuelca y sublima sus mitomanías. Una de ellas es el boxeo, un deporte/arte del que colecciona todo lo que encuentra. Arroyo es además un estupendo escritor: intuitivo y apasionado, con ojo para el detalle (que es donde se refugia casi todo lo que impulsa un gran cuadro/libro). Ahora Javier Fórcola, un editor atento al aire del tiempo, retoma y traduce —ampliado— Panamá Al Brown, una estupenda, emocionante biografía-homenaje de Alfonso Teófilo Brown (1902-1951), que Arroyo compuso a mayor gloria de aquel peso gallo que surgió de la sordidez y la miseria, revolucionó el boxeo, conquistó el mundo, disfrutó de la opulencia y el capricho con esa furia frenética que solo proporciona la venganza, y murió enfermo y abandonado de todos. En el fondo, (otra) historia inmortal.

3. Maoístas

Más allá de la crónica apasionante/espeluznante La cuarta espada (Debate, 2007), de Santiago Roncagliolo, y de novelas (del propio Roncagliolo, de Vargas Llosa, de Alonso Cueto) que tratan directa u oblicuamente el conflicto que desgarró al Perú de los ochenta (y más allá), Breve historia de Sendero Luminoso(Catarata), de Jerónimo Ríos y Marté Sánchez, constituye una eficaz síntesis de los orígenes, la evolución ideológica y táctica y la derrota final (hasta su posterior marginalización narcoguerrillera) de la única organización revolucionaria de carácter maoísta (y no foquista o guevarista) que llegó a tener influencia en América Latina. Una historia terrible (casi 70.000 muertos) punteada por la crueldad y la barbarie sin límite (matanzas, asesinatos, torturas) desatadas tanto por la organización de Abimael Guzmán —un potencial Pol Pot andino— como por las fuerzas (legales o no) encargadas de su represión, y que culminaron durante el mandato de la corrupta cleptocracia Fujimori/Montesinos. Un relato atroz que ni siquiera admite el consuelo de la suspensión de la incredulidad. Fuente: El país